domingo, 18 de enero de 2015

Filosofía

Era la tercera hora de clase. Esa en la justo el sol se colaba entre los árboles del patio y deslizaba un rayo hasta las ventanas del aula 112. Era ese momento en el que corrían las cortinas para que la luz no molestase. Ella no podía concebir el hecho de que a alguien le molestase la luz de esa hora.
Las 10:45 de un martes de enero, de uno cualquiera en realidad. Para ella no había demasiada diferencia. A veces tenía la sensación de que no pasaba el tiempo.
Estaban en clase de filosofía y, como de costumbre, había terminado por desconectar. ¿Cómo era posible que se le hiciese tan pesada la asignatura que con más ansia había esperado? El curso anterior le había encantado y pasó todo el verano deseando que empezasen las clases para seguir aprendiendo. Había leído libros, incluso había considerado muy seriamente estudiar la carrera al año siguiente.
Pero lo que se encontró no era lo que tanto había esperado. El profesor entendía las teorías, las transmitía bien... pero no hacía que enamorasen. Ella siempre que había leído algo nuevo se había sentido cautivada, emocionada. Su visión del mundo cambió con cada capítulo del libro de texto cuando, ansiosa, lo devoró por completo antes de empezar las clases. Quizás por eso nada de lo que explicaba aquel hombre de pelo blanco y gafas de pasta le sonaba a nuevo.
Además estaba el gran problema de la repetición. Nadie a su alrededor parecía ser capaz de comprender a la primera todo aquello que ella ya sabía. Todos escuchaban una y otra vez la misma explicación, sin llegar a comprenderla del todo.
Sentía que estaba rodeada de idiotas, y luego se sentía mal por haberlo pensado. Al fin y al cabo muchos eran sus amigos y ella tenía ventaja. Pero no podía evitar que aquello se le pasase por la cabeza.
Lo único que podía hacer era continuar sentada en la silla, mirando cómo la luz acariciaba la esquina superior derecha de su pupitre esquivando incluso la cortina cerrada.
Y se dio cuenta de que ella podía ser como ese rayo de sol, podía superar los obstáculos y lograr llegar a su destino. Podía seguir leyendo, pensando... Podía estudiar lo que tanto le apasionaba y aprender nuevas teorías. Aún podía su mundo dar un giro completo cada vez que una nueva idea llegara a sus oídos. Y ¿quién sabe? quizás algún día sus teorías cambiasen el universo de alguien que observase, aburrido, cómo el sol se cuela en un aula de segundo de bachillerato.